Jesús salió de nuevo a la orilla del mar; toda la gente acudía a él y les enseñaba.
Al pasar vio a Leví, el de Alfeo, sentado al mostrador de los impuestos, y le dice: «Sígueme».
Se levantó y lo siguió. Sucedió que, mientras estaba él sentado a la mesa en casa de Leví, muchos publicanos y pecadores se sentaban con Jesús y sus discípulos, pues eran ya muchos los que lo seguían.
Los escribas de los fariseos, al ver que comía con pecadores y publicanos, decían a sus discípulos: «¿Por qué come con publicanos y pecadores?».
Jesús lo oyó y les dijo: «No necesitan médico los sanos, sino los enfermos. No he venido a llamar a justos, sino a pecadores»
“Jesús dijo: ‘El Hijo del Hombre será entregado, pero no por fuerza ni por voluntad de los hombres, sino por el conocimiento que viene del Padre. Judas, tú llevarás a cabo este acto, no como traición, sino como cumplimiento del plan que el Padre ha establecido desde el principio.’
Judas le dijo: ‘Maestro, ¿qué sucederá conmigo después de esto?’
Jesús respondió: ‘Tú serás maldecido por generaciones, pero aquellos que conocen la verdad te comprenderán. Ellos sabrán que lo que haces es necesario para que yo regrese a la morada eterna.’
Entonces Jesús alzó los ojos al cielo y dijo: ‘Padre, yo te doy gracias porque aquellos que me entienden serán pocos, pero serán los elegidos. Judas, lo que estás por hacer, hazlo rápido, para que el plan se cumpla.’
Al salir Jesús de la sinagoga, fue con Santiago y Juan a la casa de Simón y Andrés. La suegra de Simón estaba en cama con fiebre, e inmediatamente le hablaron de ella. Él se acercó, la tomó de la mano y la levantó. Se le pasó la fiebre y se puso a servirles. Al anochecer, cuando se puso el sol, le llevaron todos los enfermos y endemoniados. La población entera se agolpaba a la puerta. Curó a muchos enfermos de diversos males y expulsó muchos demonios; y como los demonios lo conocían, no les permitía hablar. Entonces se levantó de madrugada, cuando todavía estaba muy oscuro, se marchó a un lugar solitario y allí se puso a orar. Simón y sus compañeros fueron en su busca y, al encontrarlo, le dijeron: «Todo el mundo te busca». Él les respondió: «Vámonos a otra parte, a las aldeas cercanas, para predicar también allí; que para eso he salido».
“Jesús dijo: ‘Miren, yo les digo la verdad: ningún gobernante, ni ningún ángel, ni ninguna generación de hombres conocerá el Reino que está reservado para los santos.Entonces Judas le dijo: ‘Maestro, ¿por qué me has escogido a mí entre todos ellos?’ Jesús respondió: ‘Tú serás el decimotercero, y serás maldito por generaciones. Pero también serás bendecido, porque me liberarás de esta carne que me recubre. Tú me ayudarás a regresar al lugar al que pertenezco, el Reino Eterno.’ Judas preguntó: ‘¿Qué sucederá con los demás discípulos?’Jesús le dijo: ‘Ellos continuarán sacrificando a sus dioses y adorando al error, porque sus corazones no están iluminados. Pero tú, Judas, conocerás la plenitud del Reino, porque has visto más allá del velo de este mundo.’
Estando Jesús en una de las ciudades, se presentó un hombre lleno de lepra; al ver a Jesús, cayendo sobre su rostro, le suplicó diciendo: «Señor, si quieres, puedes limpiarme».
Y extendiendo la mano, lo tocó diciendo: «Quiero, queda limpio».
Y enseguida la lepra se le quitó. Entonces Jesús le ordenó no comunicarlo a nadie, y le dijo: «Ve, preséntate al sacerdote y ofrece por tu purificación según mandó Moisés, para que les sirva de testimonio».
Se hablaba de él cada vez más, y acudía mucha gente a oírlo y a que los curara de sus enfermedades. Él, por su parte, solía retirarse a despoblado y se entregaba a la oración.
La repartición de la Tierra Prometida entre las tribus de Israel. Las porciones asignadas a las últimas seis tribus y concluye con un reconocimiento especial para Josué.
Después de completar la distribución, el pueblo honra a Josué otorgándole la ciudad de Timnat-Seraj en los montes de Efraín como su herencia.
Este acto destaca su liderazgo y dedicación en la conquista y repartición de la tierra.
El capítulo cierra con el registro de todas las asignaciones realizadas en Siló, en presencia del Señor, subrayando el carácter sagrado y ordenado del proceso. Este capítulo destaca la importancia del liderazgo, la cooperación entre las tribus y el cumplimiento de las promesas divinas.
En la ciudad de Cafarnaún, un sábado entró Jesús en la sinagoga a enseñar; estaban asombrados de su enseñanza, porque les enseñaba con autoridad y no como los escribas. Había precisamente en su sinagoga un hombre que tenía un espíritu inmundo y se puso a gritar: «¿Qué tenemos que ver nosotros contigo, Jesús Nazareno? ¿Has venido a acabar con nosotros? Sé quién eres: el Santo de Dios». Jesús lo increpó: «¡Cállate y sal de él!». El espíritu inmundo lo retorció violentamente y, dando un grito muy fuerte, salió de él. Todos se preguntaron estupefactos: «¿Qué es esto? Una enseñanza nueva expuesta con autoridad. Incluso manda a los espíritus inmundos y lo obedecen». Su fama se extendió enseguida por todas partes, alcanzando la comarca entera de Galilea.
Todo lo que pertenece al espíritu eterno prevalecerá.’ Los discípulos preguntaron: ‘Maestro, ¿quién es realmente el dios que gobierna este mundo?’ Jesús se rió y respondió: ‘¿Por qué se preocupan por esto? Ustedes han sido llamados, pero no todos comprenderán el Reino. Porque el reino verdadero no pertenece a este mundo, y el dios que ustedes alaban ha llenado sus corazones de error.’ Entonces Judas, que observaba en silencio, dijo: ‘Maestro, he visto una visión. Vi a los doce discípulos lanzando piedras contra mí, y también vi cómo el cielo se abrió y la luz me envolvió.’ Jesús le respondió: ‘Judas, tú has visto bien. Serás odiado y maldecido por muchas generaciones, pero también serás el portador del conocimiento que los demás no tienen. Tú liberarás al Hijo del Hombre de su cuerpo mortal, y esto permitirá que regrese a la morada eterna.’”
Jesús volvió a Galilea con la fuerza del Espíritu; y su fama se extendió por toda la comarca. Enseñaba en las sinagogas, y todos lo alababan. Fue a Nazaret, donde se había criado, entró en la sinagoga, como era su costumbre los sábados, y se puso en pie para hacer la lectura. Le entregaron el rollo del profeta Isaías y, desenrollándolo, encontró el pasaje donde estaba escrito: «El Espíritu del Señor esta sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado a evangelizar a los pobres, a proclamar a los cautivos la libertad, y a los ciegos, la vista; a poner en libertad a los oprimidos; a proclamar el año de gracia del Señor». Y, enrollando el volumen y devolviéndolo al que lo ayudaba, se sentó. Y él comenzó a decirles: «Hoy se ha cumplido esta Escritura que acabáis de oír». Y todos le expresaban su aprobación.
Un día, Jesús estaba con sus discípulos y ellos dijeron: ‘Maestro, hemos tenido una visión gloriosa de ti. Vimos a doce altares y en cada uno de ellos hombres piadosos ofreciendo sacrificios.’ Jesús les respondió: ‘¿Qué vieron realmente? Les digo la verdad: esos hombres ofreciendo sacrificios son servidores del error. Lo que sacrifican no es para Dios, sino para sus propios dioses. Pero ustedes también serán los que lleven a cabo acciones similares. Aquellos que sacrifican bestias lo hacen para glorificar a los que gobiernan sobre ellos, no al Espíritu Santo.’ Judas dijo: ‘Maestro, yo también he tenido una visión, pero he visto algo diferente. Vi a los sacerdotes en el templo, pero también vi cómo ellos cometían actos de maldad en tu nombre.’ Jesús sonrió y dijo: ‘Tú has visto bien, Judas. Pero entiende esto: los sacrificios que ellos ofrecen no me glorifican.’
Después de haberse saciado los cinco mil hombres, Jesús enseguida apremió a los discípulos a que subieran a la barca y se le adelantaran hacia la orilla de Betsaida, mientras él despedía a la gente. Y después de despedirse de ellos, se retiró al monte a orar. Llegada la noche, la barca estaba en mitad del mar y Jesús, solo, en tierra. Viéndolos fatigados de remar, porque tenían viento contrario, a eso de la cuarta vigilia de la madrugada, fue hacia ellos andando sobre el mar, e hizo ademán de pasar de largo. Ellos, viéndolo andar sobre el mar, pensaron que era un fantasma y dieron un grito, porque todos lo vieron y se asustaron. Pero él habló enseguida con ellos y les dijo: «Ánimo, soy yo, no tengáis miedo». Entró en la barca con ellos y amainó el viento.
Josué ordena que se designen tres hombres de cada tribu para explorar y mapear la tierra restante.
Estos hombres deben dividir el territorio en siete partes, excluyendo las tierras ya asignadas a Judá, Efraín y Manasés.
Una vez que completan esta tarea, las porciones se repartirán por sorteo delante del Señor en Siló. Siete tribus aún no han recibido su herencia.
Josué reprende a estas tribus por su aparente pasividad y las insta a actuar para tomar posesión de la tierra prometida.
Después de realizar el sorteo, la primera porción de tierra se asigna a la tribu de Benjamín. Se describe con detalle el territorio asignado, que incluye ciudades estratégicas como Jericó y Jerusalén.
Al enterarse Jesús de que habían arrestado a Juan se retiró a Galilea. Dejando Nazaret se estableció en Cafarnaún, junto al mar, en el territorio de Zabulón y Neftalí, para que se cumpliera lo dicho por medio del profeta Isaías: «Tierra de Zabulón y tierra de Neftalí, camino del mar, al otro lado del Jordán, Galilea de los gentiles. El pueblo que habitaba en tinieblas vio una luz grande; a los que habitaban en tierra y sombras de muerte, una luz les brilló». Desde entonces comenzó Jesús a predicar diciendo: «Convertíos, porque está cerca el reino de los cielos». Jesús recorría toda Galilea enseñando en sus sinagogas, proclamando el evangelio del reino y curando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo. Su fama se extendió por toda Siria y le traían todos los enfermos aquejados de toda clase de enfermedades y dolores, endemoniados, lunáticos y paralíticos.
Cuando Jesús apareció en la tierra, realizó milagros y grandes maravillas para la salvación de la humanidad. Y algunos caminaron por el camino de la justicia, mientras que otros cayeron en sus transgresiones, y los doce discípulos fueron llamados. Él comenzó a hablar con ellos acerca de los misterios que están más allá del mundo y lo que ocurrirá al final. Un día, cuando estaba con sus discípulos, Jesús los encontró reunidos y orando alrededor de la mesa, alabando a su dios. Cuando Él se acercó a ellos, se rió. Los discípulos le dijeron: ‘Maestro, ¿por qué te ríes de nuestra oración? Lo que hacemos es justo.’ Él respondió: ‘No me río de ustedes. Ustedes no están haciendo esto por su propia voluntad, sino porque su dios será alabado de esta manera.’ Ellos dijeron: ‘Maestro, tú eres el Hijo de nuestro dios.’
Cuando a los pocos días Jesús entró en Cafarnaún se supo que estaba en casa. Acudieron tantos que no quedaba sitio ni a la puerta. Y vinieron trayéndole un paralítico llevado entre cuatro y, como no podían presentárselo por el gentío, levantaron la techumbre encima de donde él estaba, abrieron un boquete y descolgaron la camilla donde yacía el paralítico. Viendo Jesús la fe que tenían, le dice al paralítico: «Hijo, tus pecados te son perdonados». Unos escribas, pensaban para sus adentros: «¿Por qué habla este así? Blasfema. ¿Quién puede perdonar pecados, sino solo uno, Dios?». Jesús dijo: «¿Por qué pensáis eso? ¿Qué es más fácil, decir al paralítico: ‘Tus pecados te son perdonados’, o decir: ‘Levántate, toma la camilla y echa a andar’? –dijo al paralítico–: ‘Te digo: levántate, toma tu camilla y vete a tu casa’».
Se detalla la porción de tierra asignada a la media tribu de Manasés al oeste del Jordán. Este territorio incluye tierras fértiles y montañosas, junto con ciudades prominentes como Bet-Seán, Ibleam y Dor. Las tribus de Efraín y Manasés, descendientes de José, se quejan ante Josué de que su porción de tierra es insuficiente para sus numerosos miembros. Josué les responde que si necesitan más tierras, deben conquistar las áreas boscosas de los perizitas y refaítas, lo que implica trabajo y valentía. Sin embargo, los hijos de José expresan preocupación por los cananeos que habitan esas regiones, ya que poseen carros de hierro. Josué, confiando en la promesa de Dios, anima a las tribus de José a conquistar las tierras adicionales que necesitan. Les asegura que, con fe y esfuerzo, podrán superar a los cananeos y ocupar toda la región.
Al día siguiente, al ver Juan a Jesús que venía hacia él, exclamó: «Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo.
Este es aquel de quien yo dije: 'Tras de mí viene un hombre que está por delante de mí, porque existía antes que yo'.
Yo no lo conocía, pero he salido a bautizar con agua, para que sea manifestado a Israel».
Y Juan dio testimonio diciendo: «He contemplado al Espíritu que bajaba del cielo como una paloma, y se posó sobre él.
Yo no lo conocía, pero el que me envió a bautizar con agua me dijo: 'Aquel sobre quien veas bajar el Espíritu y posarse sobre él, ese es el que bautiza con Espíritu Santo'.
Y yo lo he visto y he dado testimonio de que este es el Hijo de Dios».
Jesús: "Apártate de los demás y yo te revelaré los misterios del reino. Tú superarás a todos ellos, porque tú sacrificarás al hombre que me recubre."
Judas: "¿Qué recibiré por hacer esto?"
Jesús: "Serás maldecido por generaciones, pero también serás exaltado, porque llevarás a cabo el plan que mi Padre ha dispuesto. Tu nombre será recordado, pero no por aquellos que comprenden la verdad."
En este diálogo, Jesús explica a Judas que su entrega no es una traición, sino una tarea divina para liberar el espíritu de Jesús de su cuerpo material. Esto refleja la perspectiva gnóstica y que la salvación reside en el reino espiritual.
Este pasaje subraya cómo el Evangelio de Judas reinterpreta los eventos de la Pasión, no como un villano, sino como un colaborador esencial en el plan divino.
Un leproso se acercó a Jesús y, arrodillándose, le suplicó: «Si quieres, puedes limpiarme».
Él se compadeció, extendió la mano y lo tocó diciendo: «Quiero: queda limpio».
La lepra se le quitó inmediatamente y quedó limpio.
Jesús entonces lo despidió, encargándole severamente: «No se lo digas a nadie; sino ve a presentarte al sacerdote y ofrece por tu purificación lo que mandó Moisés, para que les sirva de testimonio».
Pero cuando se fue, el hombre empezó a pregonar bien alto y a divulgar el hecho, de modo que Jesús ya no podía entrar abiertamente en ningún pueblo; se quedaba fuera, en lugares solitarios; y aun así acudían a él de todas partes.
1. Mateo 12:46-50: “Mientras él aún hablaba a la gente, he aquí su madre y sus hermanos estaban afuera, y le querían hablar.” Este pasaje menciona a los hermanos de Jesús de manera explícita. 2. Marcos 6:3: “¿No es este el carpintero, el hijo de María, hermano de Jacobo, de José, de Judas y de Simón? ¿No están también aquí con nosotros sus hermanas?” Se enumeran los nombres de los “hermanos” de Jesús y se hace mención de “hermanas”. En este caso, el uso del término griego adelphos (hermano) ha sido central en el debate. 3. Juan 7:3-5: “Y le dijeron sus hermanos: ‘Sal de aquí y vete a Judea, para que también tus discípulos vean las obras que haces.’ Porque ni aun sus hermanos creían en él.” 4. Mateo 1:24-25: “Y no la conoció hasta que dio a luz a su hijo primogénito.”
Jesús nació en Belén de Judea en tiempos del rey Herodes. Entonces, unos magos de Oriente se presentaron en Jerusalén preguntando: «¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido? Porque hemos visto salir su estrella y venimos a adorarlo». Al enterarse el rey Herodes, se sobresaltó y toda Jerusalén con él; convocó a los sumos sacerdotes y a los escribas del país y les preguntó dónde tenía que nacer el Mesías. Ellos le contestaron: «En Belén de Judea, porque así lo ha escrito el profeta: 'Y tú, Belén, tierra de Judá, no eres ni mucho menos la última de las poblaciones de Judá, pues de ti saldrá un jefe que pastoreará a mi pueblo Israel'». Entonces Herodes llamó en secreto a los magos y los mandó a Belén, diciéndoles: «Id y averiguad cuidadosamente qué hay del niño y, cuando lo encontréis, avisadme, para ir yo también a adorarlo».
Josué relata la historia del pueblo, desde la elección de Abraham, el éxodo de Egipto y las victorias en Canaán, subrayando que todo esto fue obra de Dios. Les recuerda que sus logros no fueron por su fuerza, sino por la fidelidad divina. Josué desafía al pueblo a elegir a quién servirán: a Dios o a los dioses de las naciones vecinas. Pronuncia su famoso compromiso: “Pero yo y mi casa serviremos al Señor”. El pueblo reafirma su lealtad a Dios y renueva su compromiso con el pacto. Después de estos eventos, Josué muere a la edad de 110 años y es enterrado en Timnat-serah, en la región montañosa de Efraín. También se menciona la muerte de Eleazar, el sacerdote, y se cierra el capítulo mencionando que el pueblo continuó sirviendo a Dios mientras vivieron los líderes que habían conocido a Josué.
Juan el Bautista estaba con dos de sus discípulos y, fijándose en Jesús que pasaba, dijo: «Este es el Cordero de Dios». Los dos discípulos oyeron sus palabras y siguieron a Jesús. Entonces Jesús se volvió y, al ver que lo seguían, les preguntó: «¿Qué buscáis?». Ellos contestaron: «Rabí, ¿dónde vives?». Él les dijo: «Venid y veréis». Entonces fueron, vieron dónde vivía y se quedaron con él aquel día; era como la hora décima. Andrés, hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que oyeron a Juan y siguieron a Jesús; encuentra primero a su hermano Simón y le dice: «Hemos encontrado al Mesías –que significa Cristo–». Y lo llevó a Jesús. Jesús se le quedó mirando y le dijo: «Tú eres Simón, el hijo de Juan; tú te llamarás Cefas –que se traduce como Pedro–».
Josué convoca a los líderes de estas tribus y los elogia por su fidelidad al mandato de Moisés y su ayuda en las batallas. Les recuerda la importancia de seguir los mandamientos de Dios y les encomienda amar y servir al Señor con todo su corazón antes de que regresen a sus hogares. Al llegar a las orillas del Jordán, estas tribus construyen un altar monumental. Esto causa gran preocupación entre las demás tribus, ya que temen que el altar sea un acto de rebelión contra Dios al establecer un lugar de culto fuera del tabernáculo en Siló. Una delegación liderada por Finees, el sacerdote, viaja para confrontarlos. Rubén, Gad y Manasés explican que el altar no es para sacrificios, sino un testimonio de unidad entre las tribus de ambos lados del Jordán. Lo llaman “Ed”, que significa “testigo”, para recordar que todos son parte del pueblo de Dios.
Después de que Juan fue entregado, Jesús se marchó a Galilea a proclamar el Evangelio de Dios; decía: «Se ha cumplido el tiempo y está cerca el reino de Dios.
Convertíos y creed en el Evangelio».
Pasando junto al mar de Galilea, vio a Simón y a Andrés, hermano de Simón, echando las redes en el mar, pues eran pescadores.
Jesús les dijo: «Venid conmigo y os haré pescadores de hombres».
Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron. Un poco más adelante vio a Santiago, el de Zebedeo, y a su hermano Juan, que estaban en la barca repasando las redes.
Al instante los llamó, y ellos, dejando a su padre Zebedeo en la barca con los jornaleros, se fueron tras él.
Hebrón es oficialmente asignado a Caleb en reconocimiento a su fidelidad a Dios. Caleb no solo recibe esta tierra, sino que lidera la expulsión de los anaceos, conocidos como gigantes, que habitaban la región. Caleb ofrece la mano de su hija Acsa en matrimonio al hombre que conquiste la ciudad de Debir. Otoniel, un pariente de Caleb, realiza esta hazaña y recibe a Acsa como esposa. Posteriormente, Acsa pide a Caleb que le otorgue tierras con fuentes de agua, lo que él concede generosamente, mostrando la importancia de los recursos en el asentamiento. Se enumeran las ciudades asignadas a la tribu de Judá, divididas en regiones montañosas, llanuras y desiertos. Esta lista detalla el cumplimiento meticuloso de la promesa de Dios, subrayando la riqueza y organización del territorio.
Los padres de Jesús iban todos los años a Jerusalén a la fiesta de la Pascua. Cuando tuvo doce años, subieron ellos como de costumbre a la fiesta y, al volverse, pasados los días, el niño Jesús se quedó en Jerusalén, sin saberlo sus padres. Pero creyendo que estaría en la caravana, hicieron un día de camino, y le buscaban entre los parientes y conocidos; pero al no encontrarle, se volvieron a Jerusalén en su busca. Y sucedió que, al cabo de tres días, le encontraron en el Templo sentado en medio de los maestros, escuchándoles y preguntándoles; todos los que le oían, estaban estupefactos por su inteligencia y sus respuestas. Su madre le dijo: «Hijo, ¿por qué nos has hecho esto? Mira, tu padre y yo, angustiados, te andábamos buscando». Él les dijo: «Y ¿por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en la casa de mi Padre?».
Aunque Josué ya es anciano y aún quedan áreas no conquistadas, Dios le ordena que divida la tierra entre las tribus de Israel. Se menciona que los filisteos, guesuritas y otros pueblos aún ocupan ciertas regiones, pero la promesa de Dios es que estas tierras serán entregadas a Israel. Se recuerda que las tierras al este del Jordán ya habían sido entregadas a las tribus de Rubén, Gad y la media tribu de Manasés. Estas regiones incluyen los territorios de Sehón, rey de los amorreos, y Og, rey de Basán, conquistados por Moisés. Se enfatiza que los levitas no recibirán una porción de tierra, ya que su herencia es el Señor y los sacrificios que se presentan en el altar. El capítulo detalla los límites y características de las regiones asignadas, mostrando un cuidado meticuloso en el cumplimiento del mandato divino.
Este es el testimonio de Juan, cuando los judíos enviaron desde Jerusalén sacerdotes y levitas a que le preguntaran: «¿Tú quién eres?». Él confesó y no negó; confesó: «Yo no soy el Mesías». Le preguntaron: «¿Entonces, qué? ¿Eres tú Elías?». Él dijo: «No lo soy». «¿Eres tú el Profeta?». Respondió: «No». Y le dijeron: «¿Quién eres, para que podamos dar una respuesta a los que nos han enviado? ¿Qué dices de ti mismo?». Él contestó: «Yo soy la voz que grita en el desierto: ‘Allanad el camino del Señor’, como dijo el profeta Isaías». Entre los enviados había fariseos y le preguntaron: «Entonces, ¿por qué bautizas si tú no eres el Mesías, ni Elías, ni el Profeta?». Juan les respondió: «Yo bautizo con agua; en medio de vosotros hay uno que no conocéis, el que viene detrás de mí, y al que no soy digno de desatar la correa de la sandalia».
Nació en Belén (según la tradición), alrededor del año 4 a.C., en una familia judía en la región de Judea. A los 30 años, comenzó a predicar un mensaje de amor, perdón y justicia, acompañado de actos milagrosos que atrajeron multitudes. Desafió las estructuras religiosas y políticas de su tiempo, lo que provocó el rechazo de las élites. Fue crucificado bajo la autoridad romana alrededor del año 30 d.C., y sus seguidores proclamaron su resurrección, marcando el inicio del cristianismo. Para los cristianos, Jesús es el Hijo de Dios y el Salvador de la humanidad. Sus enseñanzas, como el Sermón del Monte, son pilares éticos universales. Su mensaje transformó el mundo, dando origen a una de las religiones más influyentes. En su tiempo, las autoridades religiosas judías lo consideraron un blasfemo por proclamarse el Mesías.
El pueblo estaba expectante, y todos se preguntaban en su interior acerca de Juan, si no sería él el Mesías.
Entonces Juan les respondió a todos, diciendo: «Yo os bautizo con agua; pero viene el que es más fuerte que yo, y no soy digno de desatarle la correa de sus sandalias.
Él os bautizará en Espíritu Santo y fuego».
Y sucedió que, cuando todo el pueblo era bautizado, también Jesús fue bautizado; y mientras oraba, se abrieron los cielos, bajó el Espíritu Santo sobre él con apariencia corporal, como una paloma y vino una voz del cielo: «Tú eres mi Hijo, el amado; en ti me complazco»
Los reyes de las naciones circundantes se unen para luchar contra Israel al enterarse de las victorias en Jericó y Hai. Sin embargo, los gabaonitas, temerosos del poder de Israel, adoptan una estrategia diferente. Los habitantes de Gabaón, conscientes de que Israel estaba destruyendo a las naciones cercanas, se disfrazan de embajadores de una tierra lejana. Visten ropas viejas, llevan sacos rasgados y pan mohoso para aparentar que han viajado largas distancias. Llegan al campamento de Israel y piden hacer un pacto de paz. Los líderes de Israel, incluidos Josué y los ancianos, examinan las evidencias presentadas por los gabaonitas, pero no consultan al Señor antes de tomar una decisión. Engañados, hacen un pacto de paz, prometiendo no atacarlos.Tres días después, los israelitas descubren que los gabaonitas son vecinos y viven dentro del territorio prometido.
Durante el éxodo de los israelitas de Egipto, el pueblo se encontró en el desierto de Sin y comenzó a quejarse de la falta de comida. En respuesta a sus lamentos, Dios proveyó un alimento celestial llamado maná, que caía cada mañana como una especie de escarcha sobre el suelo. Moisés les explicó que el maná era un don de Dios y les dio instrucciones específicas: recoger solo lo necesario para el día, excepto antes del sábado, cuando podían recoger una doble porción. Aquellos que intentaron guardar más de lo permitido encontraron que el maná sobrante se llenaba de gusanos y se echaba a perder. Este milagro proveyó alimento a los israelitas durante 40 años, hasta que llegaron a la Tierra Prometida. El maná simboliza la providencia divina y la importancia de confiar en que Dios proveerá lo necesario para cada día.
Después de la victoria en Jericó, Josué envía un pequeño contingente para conquistar la ciudad de Hai, confiando en que sería una tarea sencilla. Sin embargo, los israelitas son derrotados, perdiendo alrededor de 36 hombres. Josué se postra ante el arca de la alianza, lamentando la derrota y preguntando a Dios por qué permitió que esto sucediera. Dios responde que la derrota fue causada por el pecado dentro del campamento de Israel: alguien ha tomado objetos consagrados que debían ser destruidos o dedicados a Dios. Dios instruye a Josué para que identifique al culpable mediante un proceso de selección por tribus, familias y hombres. Finalmente, se descubre que Acán, de la tribu de Judá, tomó un manto babilónico, plata y oro de Jericó, escondiéndolos en su tienda. Acán confiesa su pecado.
El libro abarca un período de aproximadamente 300 años (aproximadamente 1200-1025 a.C.) y describe una época de inestabilidad política y espiritual, en la que Israel enfrentó conflictos internos y externos. Sin un líder como Moisés o Josué, el pueblo se alejaba frecuentemente de las leyes de Dios. No eran jueces en el sentido moderno, sino líderes militares y espirituales levantados por Dios para rescatar a Israel de la opresión de sus enemigos. Entre los más destacados están Débora, Gedeón, Sansón y Jefté. Narra la situación después de la muerte de Josué y cómo Israel se alejó de Dios. Se presentan historias de los diversos líderes y sus actos heroicos. Describe el caos moral y social de la época, con la frase recurrente: “Cada uno hacía lo que bien le parecía”. La fidelidad de Dios frente a la infidelidad del pueblo.
Dios le revela a Josué el plan para tomar la ciudad de Jericó, que estaba completamente cerrada por temor a los israelitas. Se le ordena que el ejército marche alrededor de la ciudad una vez al día durante seis días. Siete sacerdotes, llevando trompetas hechas de cuernos de carnero, deben marchar delante del arca de la alianza. El séptimo día, los israelitas deben marchar alrededor de la ciudad siete veces. Al sonar las trompetas, el pueblo debe gritar con fuerza. Según la promesa divina, las murallas de Jericó caerán, permitiendo que el ejército entre y tome la ciudad. El pueblo sigue las instrucciones al pie de la letra. En el séptimo día, después de la séptima vuelta y al sonar las trompetas, las murallas de Jericó se derrumban milagrosamente. Los israelitas entran a la ciudad y la toman.
En el Evangelio de Pedro, la sepultura de Jesús es narrada con detalles adicionales que no aparecen en los evangelios canónicos. José de Arimatea pide el cuerpo de Jesús para darle un entierro digno. Lo envuelve en una sábana limpia y lo coloca en una tumba nueva. El texto añade un detalle impresionante: "Colocaron una gran piedra sobre la entrada del sepulcro, y la sellaron con siete sellos, para asegurarse de que nadie pudiera robar el cuerpo." Además, se asignaron guardias para vigilar la tumba, aumentando la tensión y el dramatismo antes de la resurrección. El uso de "siete sellos" tiene una resonancia simbólica, posiblemente indicando perfección o plenitud en la tradición judía y cristiana. Este detalle subraya la seguridad con la que intentaron impedir cualquier manipulación del cuerpo de Jesús.
Dios ordena a Josué que circuncide a todos los varones de Israel con un cuchillo de piedra, ya que los nacidos en el desierto durante los cuarenta años de peregrinación no habían sido circuncidados. Este acto restaura el pacto de Abraham y reafirma la identidad del pueblo como nación santa. Guilgal, el lugar donde esto sucede, recibe su nombre porque Dios “ha quitado el oprobio de Egipto” de entre ellos. Después de la circuncisión, el pueblo celebra la Pascua en las llanuras de Jericó. Es la primera Pascua en la Tierra Prometida y simboliza el inicio de una nueva etapa en su relación con Dios. A partir de este momento, el maná deja de caer, ya que comienzan a alimentarse de los frutos de la tierra. Josué tiene una visión en la que se encuentra con un hombre que lleva una espada desenvainada y se identifica como el príncipe del ejército del Señor.
El milagro del paso del Mar Rojo está narrado en el libro del Éxodo (Éxodo 14:1-31).
Mientras los israelitas huían de Egipto, el ejército del faraón los persiguió hasta alcanzar el Mar Rojo.
En ese momento de desesperación, Dios instruyó a Moisés para que levantara su vara y extendiera su mano sobre el mar.
Milagrosamente, las aguas se dividieron, formando muros a ambos lados y permitiendo que los israelitas cruzaran por tierra seca.
Cuando los egipcios intentaron seguirlos, Moisés extendió nuevamente su mano, y las aguas regresaron, cubriendo y destruyendo al ejército del faraón.
Este milagro no solo liberó a los israelitas, sino que también reafirmó el poder y la protección divina.
Josué se levanta temprano y ordena al pueblo que se prepare para cruzar el río. Los oficiales instruyen a los israelitas a seguir el arca de la alianza, cargada por los sacerdotes levitas, pero manteniendo una distancia reverente de aproximadamente dos mil codos (unos 900 metros). Josué llama al pueblo a consagrarse, recordándoles que Dios hará maravillas entre ellos. Este acto subraya la necesidad de pureza espiritual para presenciar y participar en los milagros divinos. Dios confirma a Josué como líder, prometiendo engrandecerlo ante los ojos de Israel. Esto establece a Josué como el sucesor legítimo de Moisés y reafirma la presencia de Dios con él. Cuando los sacerdotes que llevan el arca pisan las aguas del Jordán, el río se detiene, dejando un camino seco para que el pueblo cruce.
Cerca de la hora novena, Jesús clamó a gran voz, diciendo: ‘Eli, Eli, ¿lama sabactani?’ Esto es: ‘Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?’. Entonces Jesús, clamando a gran voz, dijo: ‘Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu.’ Y habiendo dicho esto, expiró. Cuando Jesús hubo tomado el vinagre, dijo: ‘Consumado es.’ Y habiendo inclinado la cabeza, entregó el espíritu. Los evangelios se basaron en tradiciones orales que circularon antes de ser escritos. Cada comunidad pudo haber preservado ciertas palabras de Jesús en la cruz, resultando en relatos variados. Las palabras de Jesús en la cruz, aunque diferentes en cada evangelio, presentan una visión rica y multifacética de su sacrificio. Desde el grito de desamparo hasta la declaración de “Consumado es”, cada relato añade profundidad al entendimiento del momento más crucial de la fe cristiana.
El capítulo 2 de Jueces aborda la transición de liderazgo tras la muerte de Josué y describe cómo los israelitas comienzan a apartarse de las instrucciones divinas.
Un ángel del Señor reprende al pueblo por no haber expulsado completamente a los cananeos, lo que llevará a un ciclo repetido de infidelidad, opresión y redención.
El texto resalta cómo las generaciones posteriores no conocen al Señor ni sus obras, lo que provoca la adoración de dioses extranjeros.
Este capítulo establece el patrón que dominará el libro: el pecado del pueblo, la opresión de sus enemigos, el arrepentimiento y la liberación por medio de jueces levantados por Dios
El milagro de la zarza ardiente está narrado en el libro del Éxodo (Éxodo 3:1-12).
Moisés, mientras pastoreaba ovejas en el monte Horeb, vio una zarza que ardía en fuego sin consumirse.
Intrigado, se acercó, y desde la zarza escuchó la voz de Dios, quien le reveló su nombre como “Yo soy el que soy” y lo llamó a liberar al pueblo de Israel de la esclavitud en Egipto.
Aunque Moisés expresó dudas sobre su capacidad, Dios le aseguró su apoyo, dándole señales para convencer a los israelitas y a Faraón, como convertir su vara en una serpiente y hacer que su mano se llenara y sanara de lepra.
Este milagro marcó el inicio de la misión de Moisés como líder y libertador.
En el principio existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. Ella estaba en el principio junto a Dios. Por medio de ella se hizo todo, y sin ella no se hizo nada de cuanto se ha hecho. En ella estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. Y la luz brillaba en la tiniebla, y la tiniebla no lo recibió. Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: este venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio de él. No era él la luz, sino el que daba testimonio de la luz. La Palabra era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre, viniendo al mundo. En el mundo estaba; el mundo se hizo por medio de ella, y el mundo no la conoció. Estos no han nacido de sangre, ni de deseo de carne, ni de deseo de varón, sino que han nacido de Dios.